Sabor
a miel y manteca
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La
cocinica de mi abuela era un hervidero en los días de Semana Santa.
Allí era donde estaba la jarana. Mis tías y mi madre se concentraban
en aquella pequeña habitación, cada una pertrechada con las
"herramientas" propias, que se traían de casa y ponían
en común durante un par de días. La cocinica se convertía
en el "centro de operaciones". A golpe de masa, de rodillo, o
de botella de mahou engrasada, que casi servía mejor que el rodillo,
de palos para las hojuelas, de cacharros varios para hacer las masas, aceites,
almendras, naranjas, limones y, como no, los reyes, el azúcar y la
manteca... con todo aquello repartido por la cocina empezaban a zarzenar
las mujeres de la casa para hacernos los postres de la Semana Santa. Y alrededor
siempre la peor clase de moscones que aparecen por esas fechas, toda la
recua de nietos que intentaban apurar los restos de lo que quedaba en las
cazuelas, o simplemente querían "ayudar" haciendo hojuelas,
y se peleaban por quitarse los unos a los otros alguna botella de cerveza
con la que aplastar la masa sobre el hule. |
Al
final, y al principio, fuera como fuese, más que ayudar a nuestras
pobres madres, lo que hacíamos entre todos era ponerles la cabeza
como un bombo. Pero la cosa era que, cuando entrabas en aquella habitación
color típico gris perla, suelo de terrazo almendrado, desgastado
por las pisadas de varias generaciones, con toda esa gente dentro, tenías
la sensación de entrar en una animada fiesta, donde lo último
que podías hacer era aburrirte.
Entre el griterío de la chiquillería,
la conversación de mis tías, de mi madre, de mi abuela, los
barreños, el olor a aceite de las sartenes puestas al fuego, y todo
embadurnado de harina, lejos de evitar el mogollón, yo estaba deseando
entrar allí con ganas de estar con los míos, de reírme
con ellos.
El señor abuelo, en medio de todo esto,
era como una isla de paz. Como un remanso, hasta que él también
se unía a la conversación, con aquella voz que ha heredado
alguno de mis primos. Y entonces todos guardábamos silencio, saboreando
aquellas breves frases, que fuesen tonterías o cosas serias, para
todos eran como joyas que había que admirar. |
Si
en algún momento las mujeres nos echaban al salón, porque
ya el alboroto las sacaba de quicio, a los cinco minutos tenías a
mi abuelo allí. Se levantaba de su silla junto a la lumbre, para
irse a su sitio en el sofá. Allí no había una hojuela
que sacar a escondidas del barreño, pero estaban sus nietos, todos
juntos y montando escándalo, y eso era lo que él buscaba.
Y le veías con su garrota, su paso lento, pero firme a pesar de la
edad, ir a sentarse en el salón, en silencio casi siempre, a vernos
discutir, reír, ponernos perdidos con la miel de las hojuelas y,
si era necesario, darnos una voz para poner orden si nos pasábamos
de la raya.
Estos días de Semana Santa son de recogimiento espiritual, entre
otras muchas cosas. Para mí también son días de lazos,
de buenos ratos con parientes y amigos, en lugares sencillos... El sabor
a miel y manteca, a almendra y rayadura de limón, esconde dulces
mucho, mucho mejores. |
Nieves M. Martín
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Abril 2003 |
Hojuelas:
harina, huevos, aceite y anis.
Panecicos: miga de pan, huevo,
canela, azucar, corteza de limón y almendra.
Rollos fritos: harina, huevo,
leche, gaseosa, aceite, azucar, raspadura de limón y coñac. |
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