No sé quién
la hizo, ni por cuenta de quién vino a nuestra parroquia. No sé
cuándo llegó, ni cuánto tiempo hace que la gente
le besa los pies al salir de misa, ni sé desde cuándo es
costumbre tal gesto.
Lo
ignoro casi todo de ella, sólo sé que es mi favorita, mi
preferida. He visto tallas de valor incalculable, de finísima calidad,
de firma maestra y grandiosa historia de siglos. Y ninguna me impresiona
tanto como la talla de nuestro Cristo Crucificado. Los expertos en la
materia se echarán las manos a la cabeza por lo que acabo de decir,
pero a mí se me antoja la más bonita de todas, la que más
me emociona. Y a la que más cariño tengo.
A quien sepa de su historia, de quién
fue el maestro escultor responsable, de cómo se trajo, a quien
sepa... rogaría me la contara. Conocerla creo que es una de ésas
mis muchas pequeñas asignaturas pendientes en esto de conocer Alcadozo.
Creo que de fue mi abuela unas veces,
y de otras mis amigas, más instruidas en estas costumbres por aquello
de vivir en el pueblo todo el año, de quienes fui tomando el hábito
de besar los pies de la imagen antes de salir de la iglesia tras escuchar
misa. El tacto tan suave de la madera, su olor, notar el desgaste de los
pies esculpidos por el paso de tantas manos, de tantos labios respetuosos
y esperanzados cada uno sabría por qué. Mirar hacia arriba
y verle a él allí representado, y fijarte en el cartelito
de la cruz, en sus letras, intentado entender cómo alguien puede
aceptar ese sacrificio, y preguntándote si tú estarías
dispuesto a lo mismo, y si cualquiera de los que han asistido contigo
a la homilía podría soportar lo que nos dicen que ocurrió
hace menos de dos mil años.
Alguna vez, mirando la cara de la
escultura, le pregunté para mis adentros si, al pasar por todo
aquello, se imaginó la importancia que tendría en los siglos
siguientes. Le pregunté cómo debería sentirse viendo
tanta infamia hecha en su nombre, y cómo viendo tanta buena obra
hecha también en su nombre. Y me pregunté si el se preguntaría
¿ha merecido la pena? La respuesta que nos darán desde el
otro lado del altar; seguro que Sí, que ha merecido la pena. Y
yo creo que sí, que lo merece, pero cuando miro la talla, cuando
miro la cara de Jesús allí crucificado me preguntó
cómo se siente Dios al vernos. Si pesaroso, si orgulloso, si avergonzado,
si condescendiente... o si todo a la vez, como se siente un padre con
sus hijos. Y cuando llego a este punto supongo que todo se resume en lo
que tantas veces nos cuentan. Un padre siente mucho, y de todo, con sus
hijos, pero en resumen, siempre siente en el Amor y desde él. Lo
que falta es que nosotros aprendamos a sentir como él.
Y todo esto, dirían algunos,
por saber la historia de un trozo de madera. Pero es que... se pone uno
a pensar, a darle vueltas a las cosas, y salen letras, más o menos
afortunadas, como éstas. Pero con todo también se parte
y se llega, al afecto, y a sentir una inmensa gratitud por ser quien se
es, por vivir lo que se ha vivido, y lo que queda, y por tener al lado
a quienes se tuvieron, se tienen, y se tendrán.
Olor a madera, sabia
Querido INRI
Gesto
Hábito, buen hábito
Pueblo, mi pueblo
Cariños, de una vida
Y todo resumido en una imagen
La Talla de El
|