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Por un puñado de guiscanos ...

      Lo que daría yo por unos buenos guíscanos asaditos, o pasaditos por la sartén, sofriticos con ajo. ¡Ummmm!
      Este año ha llovido más bien poco, así que puede que no haya mucha seta que coger. Los pinares guardarán con celo las que hayan salido. Y allá que iremos nosotros a ver cuántas nos llevamos. Siempre que lo hagamos como debemos, que cortemos por donde debemos, el año que viene, y los siguientes, seguramente podremos disfrutar de otra remesa.
      La verdad es que no sé que es lo que más me gusta de coger setas. Si el salir al campo a buscarlas o el comerlas ya en casa. Disfruto como una enana siguiendo a mi tía o a mi madre, atendiendo a sus indicaciones de en dónde mirar a ver si allí se esconde el guíscano.
      El día medio nublado, nosotros abrigados pero tampoco mucho, porque enseguida empiezas a sudar moviéndote de un lado a otro, el olor a pino mezclado con la humedad del ambiente y el suelo mojado bajo las agujas de los pinos caídas. Te metes entre las retamas, porque tu madre te dice que seguro que allí hay alguno. Las raíces de la retama retienen más la humedad, así que es un sitio perfecto para que se críen las setas. Recorres el pinar agachado, medio agazapado, andando y al tiempo tanteando el suelo con un palo o con una navaja. Y cada vez que te topas con una de esas que no se pueden comer, desearías que se extinguieran todas y que dejaran su sitio a los ansiados guíscanos o a las patatas de campo. Pero estarán ahí para algo, eso seguro, así que sigues andando en esa incómoda postura y de repente, en un movimiento de tu mano, tanteas algo que promete... y ahí están... una familia entera de ellos. Y sueltas un grito, de aviso y satisfacción -¡Aquí, tía, aquí mamá, aquí hay un montón!-. Cuando me pasa eso, durante un segundo, confió en que estoy aprendiendo, en que lo que me enseña mi madre sobre cómo, dónde y qué buscar parece que está asentado en mi memoria. Luego, cuando sigo buscando y me paso la siguiente media hora sin encontrar nada, entonces volvemos a la situación real, a reconocerme una total ignorante en esto de la micología (que parece que es el nombre técnico de la ciencia que se ocupa de las setas)
      Luego está la parte, cómo llamarla, social o familiar, o ambas a la vez, que es lo que disfruto yo como alumna de mi madre en estos artes. Te ordena sin apenas mirarte y con una vocecilla vivaz, que mires ahí debajo, que seguro que ahí hay, pero ella no se puede agachar tanto como los jóvenes, así que sigues el mandato, y casi siempre acierta. Y lo mismo pasa con los demás mayores con los que sales al campo a buscar no sólo setas, sino lo que sea. Los jóvenes, más lo que estamos tanto tiempo fuera del pueblo y tenemos una vida tan apartada del campo, somos en esos ratos sólo ovejas que siguen al pastor, pupilos siguiendo al maestro, la mayor de las veces más perdidos que una piraña en un bidé.
      Y luego cada "doctorado" en esto del campo tiene sus secretos, en esto de los guíscanos pasa igual. Cada uno tiene "su rodal" su lugar a dónde cada uno vuelve año tras año, porque sabe que allí habrá algo con lo que llenar la cesta. Y cada cual se guarda para sí, y como mucho para "los de confianza" el secreto, la ubicación de "su rodal".
Conclusión. Que con lo de las setas en octubre, me pasa casi como con las uvas en septiembre. Pero no os preocupéis, no tengo un tema favorito para cada mes, respirad tranquilos que tan maniática y pesada creo que no soy.

    Nieves M. Martín

20 de octubre de 2003 
 
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