[ Volver | Imprimir ]

La buena estrella, la Navidad, la añoranza: LA VIDA

      Me van bien las cosas. Tengo un trabajo muy bonito, con un sueldo que me deja vivir. Mucha gente alrededor que me quiere, gente que me necesita y la que necesito. He hecho muchas cosas a mis treinta y un años, pero estoy algo tristona, no puedo evitarlo. Recuerdas continuamente a los que te faltan porque están bien con los que quieres, y esos ratos te hacen acordarte aún más de los que no están. Te sientes afortunada, mucho, por tener lo que tienes... feliz y triste a la vez. Duele que no estén, más en estas fechas que por educación, por familia, por muchos motivos son parte de mí, significan mucho.

      Las cosas cambian, unas veces para mejor, otras a peor, otras sólo cambian porque han de hacerlo. Me entra morriña al mismo ritmo que se abre paso diciembre. Echo de menos estar en mi casa, los seis, mis hermanos, mis padres, echo de menos estar todos juntos, cuando ni pensábamos en que había que turnarse para pasar unas fechas en casa de unos abuelos u otros, era cosa de mis padres, que para eso eran padres. Echo de menos jugar con la figuras del belén y oír quejarse a mi madre porque los reyes magos no hacían otra cosa que caerse del puente para no mojarse con el río de papel de aluminio. Echo de menos el ruido en casa, a mis hermanos para discutir con ellos, hablar con ellos, o discutir, les echo de menos hasta para reñir. Y mis padres, y mis abuelos, y luego alguno que se añadió de político que dice la Ley, otro hermano que nos salió en casa y que nos ocupaba toda la alfombra del salón para la peli de la tarde del sábado, otro con el que pelearse por un hueco en la alfombra. Los sofás aún no se disputaban, se los podían quedar los dos mayores. ¡Ah! Y el gato. 14 años de un gato siamés que mi madre pensó que se quedara unos días mientras mi padre la buscaba otro lugar. Si lo encontró, y tanto hueco se hizo que cuando murió no hemos sabido estar sin mascota en casa más de un año después de él.

      Me dejo de mirar la casa en la que ahora vivo, aquí en un pueblo del extraradio de Madrid. Me quedo mirando los espacios de los baños y me acuerdo del piso de mis padres, una casa que ya era grande para una familia numerosa, y oigo como ahora una casa como la mía, en la que se podían criar a más de familia de los que juntó mi madre, no es cómoda para tener más de dos hijos. Por supuesto ahora cada niño necesita su habitación, ya de nacimiento enseñándonos la propiedad antes que el compartir.
Por mucho que nos quejáramos los cuatro hijos de mis padres de que no entrábamos, que heredábamos ropa de los primos mayores, que nos quitábamos los juguetes entre nosotros, por más que frunciéramos el ceño porque el otro usaba nuestra ropa o nuestros juguetes, lo primero que aprendimos fue a compartir. Y eso en estar fechas es de lo que más me acuerdo.

      Me acuerdo de que lo compartíamos todo, de que me parece el estado natural, y de lo independientes que somos todos, independientes pero sin buscar la soledad. Cuando estaba estudiando sola en la habitación y pasaba un rato sin escuchar ruido fuera, salía para ver qué pasaba. Me ponía nerviosa no oír el murmullo de alguien hablando en el salón, o la tele de fondo, o alguien en la cocina, o mis padres ajustando economías domésticas en su habitación, o la ducha.

      Preocuparte de saber cuántos días ibas a pasar en el pueblo, para estar con los primos, con los amigos... con los abuelos, que entonces ni te dabas cuenta de ello, pero ahora son las imágenes que vienen con más fuerza a la memoria. Las patatas asándose en las ascuas... el frío de esa casa y lo bien que olía todo, mezcla de leña quemada en la lumbre, carne frita, guisado chup chup un palmo más allá de la patatas enterradas en ceniza, mandarinas en la alacena, harina, manteca y almendra de suspiros y pasteles de cabello de ángel, desapareciendo según se despistaba la abuela...

      Me caso el 2005. No os digo la fecha porque he de esperar a tener todo listo. Y si éste ha sido un buen año el que viene se me promete mejor. Pero cuando más miro hacia delante y veo cuanto bueno me está esperando, más echo de menos lo bueno que tuve y a esas personas que me vieron y que no me van a ver, o las que ya no puedo tener tan cerca como las tuve. ¿Cómo era mamá? ¿Ley de Vida? Parece que te esté oyendo, Consuelo, si ya sé,"ahora me toca a mí", crear un mundo para llenar vidas de buenos recuerdos.

    Nieves M. Martín

19 de diciembre de 2004 
 
 [ Volver | Imprimir ]
www.alcadozo.com