PostHeaderIcon Morir en un encierro

Mi comentario más habitual desde años en la semana del 7 de julio –más desde que visité Pamplona en esas fechas- es que, si un aficionado quiere correr encierros con seguridad, sin aglomeraciones, si quiere correr un encierro de verdad, lo último que ha de hacer es ir a San Fermín. Y es una pena porque la fiesta pamplonica es de lo mejor, igual que sus gentes, pero masificada en exceso hace mucho tiempo.


Hoy hemos de lamentar la muerte de un aficionado, un corredor experimentado, madrileño, alcalaíno, vecino mío, por cuanto ambos residíamos, hasta esta mañana que dejó de existir, en el Corredor del Henares –zona geográfica de Madrid en la que se sitúan Alcalá de Henares, donde vivía Daniel, el desafortunado, y otros municipios como el pueblecito en el que vivo yo.  En esta zona, a veinte minutos escasos por carretera también se llega a SanSe, San Sebastián de Los Reyes, la “Plamplona chica”, donde Daniel gustaba de correr delante de los toros. Él es un ejemplo de la mucha afición que en el Norte-Este de Madrid se tiene a los encierros.

Se dan estas y otras circunstancias hoy que me han decidido a escribir de Daniel. Porque me pregunto si, como aficionada que soy de los encierros, como corredora en su día, como enamorada de los morlacos en ese trance como en ningún otro, Daniel había experimentado el encierro de los pequeños pueblos, como Alcadozo, en los que el ganado no tiene ya envidia en su grandeza a las grandes reses para lo que se exige de un toro en un encierro. Seguro que sí, que había corrido en  pueblos como el nuestro, en encierros no tan masificados por el mero hecho de no ser tan publicitados, y por eso mismo, también más seguros. Pero ha encontrado la muerte en nuestra fiesta más internacional, en el pitón certero de su verdugo, una res magnífica llamada Capuchino.

En su confusión, en su búsqueda de una salida de esa marabunta roja y blanca, de ese chillaricio que estrechaba aún más su vista loca por encontrar a sus compañeros en manada, arremetía contra todo lo que se movía, por instinto, por instinto de defensa,.
En ese defenderse que toda aquella locura que le asustaba e intimidaba -su susto, su miedo, la fiesta de los humanos- Daniel fue el enemigo que cayó bajo su fuerza, sin odios.
Daniel cayó a sabiendas del peligro que corría, Capuchino lo mató sin saber qué caía, qué alcanzaba su pitón al defenderlo.
La aorta de Daniel atravesada en su cuello.
A cada latido de su corazón,
escapa el líquido vital a borbotones
el médico le mira y lo sabe
Daniel se duerme
Daniel ha muerto

Haciendo aquello que quería hacer en, tal vez, no el mejor sitio para disfrutar con la nobleza de cualquier Capuchino.

Yo seguiré viendo los encierros en Alcadozo, y San Fermín en la tele, y mi sentido común no se cansará de decir que los SanFermines ya no son seguros hasta que no se regule el máximo de público en el recorrido.


Nieves Milagros M. G.