No
conozco Alcadozo. Pensareis que es una osadía glosar a un pueblo
en el que no se ha estado y probablemente tengais razón. Pero sabed
también que el vuestro es uno de aquellos pequeños lugares
que la humanidad conoce más al hablar con sus gentes que al visitarlo
realmente. Porque en cada alcadoceño disperso por el mundo, se
esconde una semilla breve de la que sin demasiado esfuerzo brota el fruto
de tantos años de nostalgia y de cariño por la tierra.
Tuve la suerte de cruzarme en el camino
con uno de vosotros. Con un alcadoceño amante de su pueblo que
nos enseñó, a cuantos convivimos con él, a vislumbrar
en un imaginado horizonte manchego la silueta de una encina milenaria.
Hoy la encina ya no existe. Al menos en el mundo real, porque en la mente
de muchos, aún sin verla, la encina se levanta impasible cargada
de viejas historias a sus espaldas.
Recorrimos de la mano de sus palabras las calles antiguas y tortuosas
que convergen en el centro necesario de todo pueblo: la plaza. Jamás
las pisamos, pero entre las risas propias de la conversación con
el amigo, nos refugiamos en la sombra de sus casas del calor estival en
Alcadozo.
Y es que no es posible poner tanta
pasión en una tierra mediocre. Alcadozo tiene que ser grande. Lo
sé sin verlo. Porque sólo una tierra grande se merece a
la gente que es como la gente de Alcadozo: inmensa. Inmensa y peculiar,
que lo uno no quita a lo otro. Y entre crónica seria y leyenda
mágica siempre se escapa una sonrisa al oir alguno de los mil tejemanejes
que se urden en el pueblo. Y es que no hay pueblo sin santo milagroso,
sin iglesia principal y sin chascarrillos. Y de esos Alcadozo anda sobrado.
Porque las gentes de Alcadozo son
muy suyas, como decia aquel, y como patrimonio más valioso del
pueblo que son, deben hacer honor a ello y ganarse una reputación
de no se sabe qué. Vaya que sí se la ganan. No hay más
que sentarse a hablar una tarde con ellos para conocer su tierra.
Porque conocer a un alcadoceño
es conocer una parte de su pueblo. Conocerlo y mirarlo con unos ojos distintos
llenos de humor y de cariño sincero. Porqué vuestro pueblo
lo vemos a traves de vuestros ojos, que no podrían mirar mejor
a un lugar que se lo merece.
Aún no tengo clara la razón
de hablar así de algo que no conozco. Quizá porque con el
corazón si he estado allí, y he comido su gazpacho y he
disfrutado y bebido en las fiestas de mayo. O tal vez porque aprecio a
su gente que me habla con deleite del sitio que les vio nacer. En cualquier
caso hay algo claro: que es imposible no tenerle cariño a Alcadozo
cuando se le tiene cariño a su gente. Y eso no hay quien me lo
discuta.
|